Lebron James y el flagelo bacteriano
- Pablo García Fernández
- 11 abr 2017
- 3 Min. de lectura
No soy ningún experto en biología y no pretendo serlo (me quedé en ver las capas de una cebolla por el microscopio), pero sí que me gusta saber un poco de todo y por los círculos en los que me muevo, al final me entero de cosas bastante interesantes que jamás aprendí cuando me dejaba la espalda cargando libros en un instituto.
Cuando escuché hablar del flagelo bacteriano no entendí realmente si se trataba de algo nocivo para el organismo, hasta que me paré a documentarme al respecto. Resulta que las bacterias están compuestas por flagelos, es decir, estructuras filamentosas que varían en número dependiendo del tipo de bacteria que compongan. Estos flagelos son los encargados del movimiento, y por tanto, del desarrollo celular. El flagelo bacteriano hace que nuestras células se reproduzcan, de forma que nuestro cuerpo cambie dependiendo de nuestra edad y otras condiciones. Dicho de otro modo: es el motor celular.
El corazón bombea la sangre que porta el oxígeno y demás nutrientes por todo nuestro cuerpo, para que nuestras células puedan mantenerse con vida. El flagelo bacteriano hace que nuestras células tengan vida.

Cierto día, jugando al basket con amigos, discutíamos las funciones de aquel equipo de las 27 victorias seguidas: el Miami Heat de la temporada 2013. En aquellas fechas me paré mucho a destacar esa racha de partidos con Lebron anotando por encima del 60%, y también el trabajo en segundo plano que hacía Bosh abriendo la pista para que el de Akron penetrara y dirigiera (la genial pizarra de Spoelstra). Por aquel entonces mi conocimiento baloncestístico era mucho más limitado que el actual.
Ahora, en 2017 me queda clara la definición de Lebron dentro de aquel equipo de Miami y, por supuesto, en los Cavs que ha hecho campeones: Lebron James es el flagelo bacteriano.
El alero 4 veces MVP no solo funciona (en esta nueva dimensión o época del baloncesto actual, los roles no los definen las posiciones, sino las funciones de cada jugador) de director de juego de su equipo en la pista, sino que es el encargado de manejar el cuándo, el cómo y el por qué con una facilidad que pocas estrellas han sido capaces de dominar en la NBA.
14 temporadas después y tras 6 finales consecutivas, Lebron está promediando las máximas en su carrera de rebotes (8.6) y asistencias (8.7), y con la supervisión de Tyronn Lue, King James, maneja los hilos de todo un equipo para conseguir, por cuarta vez, ese precioso trofeo morado a mediados de junio. Él es quien sabe cuando tiene que dejar a Irving tirar del carro y liberar el ritmo del ataque. Él es quien, a veces hasta sin mirar, sabe que tiene a Love, Frye o Korver abiertos en una esquina dispuestos a ejecutar.
Pero ahí no acaba la cosa. Con la llegada de Lue al banquillo de los Cavs a mediados de 2016, dejo claro que él era el entrenador y Lebron y los demás, eran los jugadores. Sin embargo, en vez de desaprovechar la capacidad de liderazgo del mejor jugador del planeta, condució (con ayuda de la mano derecha de Frye) su habilidad y convirtió a James en el líder del vestuario, algo que en Miami no tenía en su repertorio.
Por ello, Lebron no dirige la sangre del equipo, ni es la mente pensante en la pista. Va más allá: Lebron James crea, por así decirlo, las células que, una vez unidas, resultan en un cuerpo perfecto imposible de batir hasta por los Warriors de las 73 victorias.
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